Chela, sentada entre las palmeras y los coquillos del jardín |
Por: Ernesto J. Navarro
El
día del entierro de Chela, en su Maracaibo querida, el sol era tan
fuerte que la gente buscaba refugio en cualquier palo que diera
sombra. Era difícil agruparse para culminar la ceremonia con tanto
sol y calor, por lo que muchos coincidieron en lo mismo: No quería
irse.
A
Chela siempre le costaron las despedidas, porque eso era un final y
ella tenía una pasión por la vida (que jamás le vi a nadie). Amaba
estar viva y se lo hacía saber a todos sus vecinos.
Una
vez la escuché decirle a mi mamá, mientras se tomaba un café, que
saltaba de la cama antes que los gallos:
-Mirá
Carmen, cuando me despierto yo meto los pies en las cotizas y ¡No
Joda! Salgo corriendo pa la cocina, porque ya sé que estoy viva.
1961
Cuando
mi familia llegó a Puerto Nuevo, ya Graciela de Tremont vivía en
la casa que está frente al “terrenito”. El terrenito es un espacio
vacío que nunca fue nada: ni parque, ni plaza, ni estadio, sólo
eso, un terreno calvo y seco.
Por
esos días, la empresa Shell había desocupado la última manzana de
esa urbanización para trasladar a trabajadores que venían de los
campamentos petroleros de San Lorenzo, Menegrande o La Concepción.
Mi madre, que por 1961 tenía 14 años, me contó que rápidamente
hicieron amistad con Chela y con su familia: Gabriel (su esposo) y
Endry ( su único hijo).
El
“viejo” Tremont (así le decían todos cariñosamente) alternaba
su trabajo de obrero petrolero con su oficio de zapatero. Entonces
cuando había que coser o remendar zapatos llegaban a casa de Chela,
así comenzaron las visitas.
Más
maracucha que el puente
Chela
era maracaibera de nacimiento. Amó a Maracaibo como amaba vivir. Sus
raíces estaban entre las calles que resistieron a la piqueta.
Ese triste episodio de la historia de Maracaibo (La Piqueta), aparece narrado de forma implacable en dos hermsosas gaitas: Remodelación y Añoranza, ambas cantadas por Enriquito Gotera.
Ese triste episodio de la historia de Maracaibo (La Piqueta), aparece narrado de forma implacable en dos hermsosas gaitas: Remodelación y Añoranza, ambas cantadas por Enriquito Gotera.
Mi
tío Anival recuerda con claridad que durante una entrevista que
Radio Calendario le hacía a Endry “el gordo” Tremont, éste le
decía al locutor que él había vivido en una calle que sobrevivió
a la destrucción del barrio El Saladillo por parte del gobierno de
Rafael Caldera y que aquella calle se llamaba “la garza blanca”.
Toda
la vida de Chela era un constante homenaje a su ciudad natal. El
patio de su casa, lleno de palmeras y coquillos rodeados por
triángulos de cemento que su esposo le hizo a manera de jardinera,
le valieron un premio como el jardín mejor cuidado. Ese jardín
tenía en el centro un asta-bandera cuya forma era la del relámpago
del Catatumbo. Más de una vez, Chela nos hizo trepar esa asta
para colocarle una cuerda los días de fiesta patria en que se izaba
la bandera nacional.
Para mis oídos infantiles los cuentos de Chela eran fantásticos. Como aquella costumbre de las mujeres maracaiberas de fumar con la candela pa dentro, por puro pudor femenino ¡Imagínense! Un cigarrillo prendido dentro de la boca y el arte de NO quemarse la lengua.
Mucho después, lo mismo que me contó mi madrina, fue recogido por el poeta Hermes Segundo Chacín en una gaita titulada Nuestra Identidad y que el grupo Santanita interpretó en el festival Una Gaita Para el Zulia en 1984:
"Aquellas gaitas floridas no volverán otra vez,
daban con su sencillez esplendor y colorido,
La mujer iba al encuentro del verso y del estribillo,
fumándose un cigarrillo con la candela pa' dentro".
Para mis oídos infantiles los cuentos de Chela eran fantásticos. Como aquella costumbre de las mujeres maracaiberas de fumar con la candela pa dentro, por puro pudor femenino ¡Imagínense! Un cigarrillo prendido dentro de la boca y el arte de NO quemarse la lengua.
Mucho después, lo mismo que me contó mi madrina, fue recogido por el poeta Hermes Segundo Chacín en una gaita titulada Nuestra Identidad y que el grupo Santanita interpretó en el festival Una Gaita Para el Zulia en 1984:
"Aquellas gaitas floridas no volverán otra vez,
daban con su sencillez esplendor y colorido,
La mujer iba al encuentro del verso y del estribillo,
fumándose un cigarrillo con la candela pa' dentro".
Los
polos de Tremont
El
jardín de Chela recibía a propios y extraños. Cuando su esposo se
jubiló como obrero petrolero, cambió también su oficio de zapatero
y se dedicó a vender polos(1).
Mis
tíos Javier y Miguelón (ya fallecidos) fueron ayudantes de Tremont
en la elaboración de sus polos. Gente de todas partes de Lagunillas
pasaba por la casa de Chela a comerse un polo: al salir del liceo,
del trabajo o luego de visitar a la novia.
Tremont
llegó a ofrecer hasta 24 sabores de polos. En su casa, me contó mi
tio Javier, había 6 cavas (neveras de 3 puertas) dedicas únicamente
a enfriar los polos y quienes trabajaban allí participaban de un
ritual que diariamente cumplía “el viejo” antes de meterse de
lleno en la preparación: lavarse las manos y los brazos con cloro,
luego con jabón y por último colocarse unos guantes (previamente
esterilizados) que se usaban para no contaminar las mezclas.
Chela,
el viejo, Endry, mi tío Miguel o incluso su mamá María Cuenca o
Makenka para los íntimos, atendían día y noche a quienes llegaban
a comerse un polo.
Los
manda'os de Chela
Me
cuentan que Chela tenía un ojo clínico para ver, entre las palmeras
y los coquillos de su jardín, a los muchachos que pasaban rumbo al
mercadito de puerto nuevo (allí donde está la panadería).
A
mi tío Anival parecía detectarlo a la distancia cuando las 6 de la
tarde acercaban la hora de cierre de los negocios:
-Anival,
mijo ¿Pa dónde váis? ¿Pal mercaíto de Mario? (que quedaba al
lado de la quincalla El Jagüey Verde) Hacéme el favor mijo,
traéme 3 bolívares de jamón y 2 bolívares de queso.
Esos
manda'os eran recompensados con ciertas tremenduras con las que Chela
se divertía.
¿Mijo
pa dónde váis? Era su pregunta a mis tíos cuando pasaban
peinados y entalcados rumbo al Club Alianza para los Viernes de Bingo
Gaitero o Familiar. Tomá, y sacando algún billetico de las
ganancias de los polos, decía: tomáte una por mí.
Aunque
a veces los billeticos llevaban otro destino: Tomá 5 bolos
Anival, jugáte unas tablas de bingo y vamos en vaca. Si la
fortuna les regalaba alguna victoria ya sabían que compartirían el
botín con Chela.
Cuando
aún fumaba, se divertía durante largos minutos mirándo el filtro
del cigarrillo. Trataba de adivinar qué figura se formaba en la
colilla para ver si pegaba un animalito en la lotería.
La
Madrina de todos
Para
mí siempre fue “la madrina Chela”. Ella celebraba la vida
haciendo sus bautizos particulares. Esas ceremonias familiares que
sin cura ni iglesia, la gente practica para desear salud al recién
nacido y que popularmente se dice: echar el agua.
Chela
nos echó el agua a todos los Navarro. Nos recibía a la vida, nos la
contagiaba. Al pasar de los años éramos un batallón de ahijados
que ella sumaba por voluntad propia. Nuestra familia la quiere mucho
(en presente) y todos aprendimos querer a ese ser humano que, a pasar
de las tristezas que la vida le quiso arrimar, supo reir y hacernos
reír cada día de su vida.
Era
impredecible, uno jamás sabía con que iba a salir Chela. El famoso
cantautor de gaitas Astolfo Romero, visitó su casa con motivo de una
presentación de Gaiteros de Pillopo haría en el Club Alianza.
Por
esos días Endry Tremont era el presidente de la junta directiva del
club y antes de llegar a la show, Astolfo llegó primero a casa de
Chela.
Muchos
fuimos a conocer al parroquiano, había mucha gente en el garaje de
la casa. Astolfo (que ya era un rockstar) saludó al gentío pero a Chela la saludó con mucha
deferencia. Le dijo unas palabras en voz alta y acto seguido le besó la mejilla.
Chela, estaba sentada en una silla de mimbre gigante, lo miró a los
ojos, luego miró alrededor y dijo:
-¡Ohj!
Se me han parado ciertos pelos.
31
de diciembre
Chela
celebraba las navidades como su cumpleaños. La noche de año nuevo,
salía de su casa y recorría las calles abrazando a sus vecinos. Iba
casa por casa rodeada de un batallón de nietos y ahijados a los que
nos enseñó a desear un feliz año nuevo a esa familia más grande
que vive en las casas de al lado.
Hay
una imagen imborrable de Chela que, para mí, representará siempre el
espíritu de los 31.
Ella
llegaba a mi casa después de visitar a todos los vecinos. Nos dejaba
de últimos, como para el cierre.
Entraba al patio (donde siempre
esperamos a los vecinos) y allí nos abrazaba a todos, nos besaba uno
por uno. En algún momento de ese torbellino de brazos y buenos
deseos, se encontraba con mi tío Miguel (era su predilecto, como un
hijo. Lo llamaba miguelón o viejito) no lo abrazaba, ambos se
colocaban las manos en los hombros, se miraban un rato en silencio,
entonces ella con ojos inundados de felices lágrimas le decía:
-Viejito,
matriculamos otro año.
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(1)En
el Zulia se le dice Polos a los helados caseros que se venden en
vasitos plásticos. Polo fue la primera fábrica de helados que tuvo
el Zulia y sus vendedores salían caminar a pleno sol. También eso
cuando alguién le gusta caminar mucho y lo hace bajo el sol uno
dice: Vos si sois polero.
PD: NO ES FÁCIL contar la vida de una persona y no pretendo hacer una biografía. Por eso este relato está lleno de las alegrías que Chela generó en mi vida. Puede que mis recuerdos sean inexactos, pero el amor que Los Navarro le tenemos a Chela, es absoluto.
Emilio Fuentes es mi seudonimo.
ResponderBorrarhttp://todocambia-rosario.blogspot.com.ar/
Gracias hermanito... estaré al pendiente de tu blog
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